Este sábado 7 de agosto, en la festividad de San Cayetano, fueron ordenados diáconos los acólitos Adrián Lázaro y Oscar Moretti, por imposición de manos y oración consecratoria del Obispo diocesano de Zárate-Campana, Mons. Oscar Sarlinga, en la iglesia co-catedral de la Natividad del Señor, de Belén de Escobar. Más de cincuenta sacerdotes (57), 6 diáconos permanentes, 3 diáconos transeúntes, seminaristas, religiosos, religiosas, numerosísimos fieles laicos, entre los cuales sus familias, los acompañaron en la celebración, a la que asistió una feligresía proveniente de las distintas parroquias, entre los cuales muchos jóvenes. Antes de la celebración los sacerdotes fueron recibidos en el Colegio "Santa María" de la ciudad, a cargo de Mons. Marcelo Monteagudo. Con la feligresía de la diócesis representada en las distintas parroquias mencionadas, destacaban Zárate, Escobar, Baradero, Campana, Manuel Alberti (Pilar) y de la ciudad de Mercedes, todos lugares donde los actuales diáconos realizaron actividades apostólicas. Mons. Santiago Herrera, Rector del Seminario "San Pedro y San Pablo" (cuyos seminaristas, compañeros de los ordenados, asistieron a la ceremonia), tuvo a cargo la presentación, y se encontraban también el prefecto, Pbro. Nicolás Guidi, y los directores espirituales. Estaba presente parte del Seminario de Gualeguaychú, con el P. Joaquín González, y algunos seminaristas del Seminario de Mercedes, con el director espiritual, R.P. Thomas O'Donnell, SAC, y el párroco de la catedral de esa ciudad, Pbro. Abrey. Concelebraron entre los muy numerosos sacerdotes, además de los mencionados, Mons. Edgardo Galuppo, vicario general, el Pbro. Daniel Bevilacqua (cura párroco de la parroquia de la Natividad), Mons. Justo Rodríguez Gallego, Mons. Ariel Pérez, párroco de Ntra. Sra. del Carmen de Zárate y el Pbro. Atilio Rosatte, párroco de Santiago del Baradero (parroquia de origen de Adrián Lázaro). Al término de la celebración tuvo lugar un fraterno almuerzo comunitario, en el gran salón pastoral de la parroquia.
En su homilía, el Obispo manifestó cómo la ordenación diaconal llenaba a todos de alegría, en la celebración animada desde dentro por las lecturas de la Sagrada Escritura que los ordenandos habían elegido, pues constituye un gran consuelo el tener la certeza de que es el Señor quien es Nuestro Pastor (Cf Salmo 22, 1-6-) y es Él mismo quien, a través del ministerio episcopal, confiere el orden sagrado y envía (Cf Jer. 1,4.9), de modo que, como consta en el libro de los Hechos (Hch 6,1-7b) la Palabra de Dios se extienda cada vez más, y el número de los discípulos aumente, de modo que, “oyendo”, como Cristo, desde el Padre y junto a Él (Cf Jn 15, 9-17) sea dado a nosotros el conocer lo escuchado y el permanecer en el amor. «Permanecer, al mismo tiempo, en la amorosa espuesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” eco de cuando Jesús preguntó a Pedro: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?», con la conciencia de estar unidos al Jesús, el Hijo del Hombre, que necesitó padecer, para que, en la historia de la salvación, quien entregue su vida por Él, la salve (Cf Lc 9,18-24).
Llamó a los nuevos diáconos un "signo reconfortante de la presencia viviente y dinámica de la Iglesia" y pidió una renovación en la Esperanza, con la renovación obrada por "la Ley nueva del Espíritu, el Evangelio, el mismo Jesucristo en su Iglesia", al mismo tiempo que se preguntó: "¿qué pueden hacer Vds. Adrián y Oscar, para hacer rejuvenecer a esta sociedad?. Mucho, muchísimo, si se dejan guiar, con docilidad, por el Espíritu de Dios, como nos lo enseña San Pablo (Cfr. Rom. 8, 14)". Prosiguió con los frutos del Espíritu según la carta a los Gálatas (5,22), y al referirse a la paz, dijo que "ella nos hace capaces de luchar por la justicia y resolver tantas cuestiones con generosidad, con el «genio propio» del amor, el cual ha de imbuir toda nuestra pastoral, abajando toda máscara, pues las máscaras traen inquietud y no paz. Tal como lo ha dicho la Carta pastoral para la misión continental, de la CEA: “La pastoral, entonces, parece desarrollarse en lo vincular, en las relaciones, para que los programas pastorales no terminen siendo “máscaras de comunión”. (…) Antes de la organización de tareas, importa el “como” las voy a hacer, el modo, la actitud, el estilo. Así entonces las tareas son herramientas de un estilo comunional, cordial, discipular, que transmite lo fundamental: la bondad de Dios”. Exhortó a los diáconos a una rica e intensa vida espiritual y a conformar su vida "a imitación del Señor", el cual, "siendo rico, se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos por su pobreza (Cfr. 2 Cor. 2 Co 8,9)". "Es esa pobreza evangélica -dijo- que, en el sentido ignaciano, es el “tanto cuanto”, tanto cuanto necesito para cumplir mi misión, con la alegría del compartir, del dar creativamente, de crear condiciones en que todos vivan con la dignidad de hijos de Dios". Habló luego de la perenne necesidad de conversión, de la visión cristiana de la vida entera como una "peregrinación" y de la verdadera alegría, que es nuestra fuerza (tomado de Nehemías, 8, 10, de donde los diáconos tomaron su lema de ordenación), alegría que presupone una actitud de agradecimiento, de gratitud, pues, como Moisés exhortó a ser agradecidos a Dios, por todo el bien que hizo a su pueblo, "Así ustedes -les dijo- sean agradecidos, de modo que su alegría sea completa y sea la fuerza de ustedes (...) agradecidos con sus padres, con su familia, con sus superiores, con todos aquéllos que les han hecho el bien y los han encaminado en esta vocación y elección. Es cumplimiento del cuarto mandamiento y tiene mucho que ver con una virtud y con un don bastante dejado de lado hoy día, que es la piedad".
Sigue el texto completo de la homilía de Mons. Oscar Sarlinga:
ORDENACIÓN DIACONAL DE ADRIÁN LÁZARO Y OSCAR MORETTI
HOMILÍA DE MONS. OSCAR SARLINGA
IGLESIA CO-CATEDRAL DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
BELÉN DE ESCOBAR
7 de agosto de 2010
Queridos Adrián y Oscar, queridas familias. Nos llena de alegría el corazón esta ordenación diaconal, animada desde dentro por las lecturas de la Sagrada Escritura que Vds. han elegido, pues, sí, el Señor es Nuestro Pastor (Cf Salmo 22, 1-6-) y es Él mismo quien, a través del ministerio episcopal, confiere el orden sagrado y envía (Cf Jer. 1,4.9), de modo que, como consta en el libro de los Hechos (Hch 6,1-7b) la Palabra de Dios se extienda cada vez más, y el número de los discípulos aumente, de modo que, “oyendo”, como Cristo, desde el Padre y junto a Él (Cf Jn 15, 9-17) sea dado a nosotros el conocer lo escuchado y el permanecer en el amor. «Permanecer, al mismo tiempo, en la amorosa espuesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” eco de cuando Jesús preguntó a Pedro: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?», con la conciencia de estar unidos al Jesús, el Hijo del Hombre, que necesitó padecer, para que, en la historia de la salvación, quien entregue su vida por Él, la salve (Cf Lc 9,18-24).
SIGNO RECONFORTANTE DE LA PRESENCIA VIVIENTE Y DINÁMICA DE LA IGLESIA
Queridos hermanos e hijos, que serán ordenados diáconos. Ustedes son hoy, para esta diócesis, signos reconfortantes de la presencia viviente y dinámica de la Iglesia, esta Iglesia del Señor, el cual renueva todas las cosas, haciendo germinar, produciendo brotes nuevos de vida y esperanza (Cf. Is. 43, 19).
¿Cómo ser renovados en la esperanza?. Es el Espirito Santo el que puede “renovar la faz de la tierra”(Salmo 104, 30), y todos sabemos cuánta necesidad de renovación tienen estos tiempos en que vivimos. Pero, ¿cuál renovación?. La que obra la Ley nueva del Espíritu, el Evangelio, el mismo Jesucristo en su Iglesia. Nos podríamos preguntar: ¿qué pueden hacer Vds. Adrián y Oscar, para hacer rejuvenecer a esta sociedad?. Mucho, muchísimo, si se dejan guiar, con docilidad, por el Espíritu de Dios, como nos lo enseña San Pablo (Cfr. Rom. 8, 14).
LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU EN USTEDES
Consideremos lo que San Pablo nos dice sobre los frutos del Espíritu: “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, generosidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gal. 5, 22). Seamos sinceros y veamos que donde está el Espíritu divino están sus dones; de lo contrario estará faltando. Ya de por sí sus dones nos proporcionarían un programa fecundo y constructivo en el plano de las relaciones humanas, pero son mucho más que eso, son sobrenaturales.
Ante todo el amor, la caridad, esa virtud divina que contiene en sí la suma entera de todo lo que compone la “novedad” cristiana, «la novedad que hace nuevas todas las cosas» pues si sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida es “porque amamos a los hermanos” (Cf I Jn. 3. 14)
Luego, el Espíritu crea alegría (Cf. Hech 13, 52) y la alegría es efusiva, difusiva en el testimonio, ese testimonio, queridos Adrián y Oscar que ustedes están llamados a ofrecer a los hermanos y hermanas de nuestro tiempo, a menudo afectados por el frío egoísmo, o el sinsentido de la vida, y haciéndolo siempre con el kerygma en sus labios, para ofrecerles el «hacer pie» en Cristo, más aún, “hacer raíz” en el Señor (Cf Fil 3, 1; 4, 4.10) en su alegría sin fin y su júbilo sin par (Cf Salmo 42, 4), el cual se hace, así, nuestro júbilo.
Y por último, la paz. Ella nos hace capaces de luchar por la justicia y resolver tantas cuestiones con generosidad, con el «genio propio» del amor, el cual ha de imbuir toda nuestra pastoral, abajando toda máscara, pues las máscaras traen inquietud y no paz. Tal como lo ha dicho la Carta pastoral para la misión continental, de la CEA: “La pastoral, entonces, parece desarrollarse en lo vincular, en las relaciones, para que los programas pastorales no terminen siendo “máscaras de comunión”. (…) Antes de la organización de tareas, importa el “como” las voy a hacer, el modo, la actitud, el estilo. Así entonces las tareas son herramientas de un estilo comunional, cordial, discipular, que transmite lo fundamental: la bondad de Dios”[1].
La misión que reciben es para esta Iglesia particular, y al mismo tiempo es universal, ya desde ahora, para ustedes, que serán ordenados diáconos, en camino al sacerdocio ministerial, pues, si consideramos la misión universal de los presbíteros, que lo es “hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8) –tal como ha sido reafirmado por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio de los Pontífices-[2], también lo es la suya, la de ustedes. En el decreto sobre la actividad misionera, Ad gentes, los Padres Conciliares exhortaban a los presbíteros a ser “profundamente convencidos que su vida ha sido consagrada también al servicio de las misiones"[3], y los diáconos han de tener este sentido universal, más que como un mundano “ciudadano del mundo”, al estilo de la frase que se atribuye a León Tolstoi: "Pinta tu aldea y serás universal". Realizando aquí y ahora nuestra misión en el corazón de la Iglesia, nuestra misión deviene universal.
LA VIDA ESPIRITUAL DE USTEDES
Por esto, la misión sigue a una vida, y toda nuestra vida ha de ser imitación del Señor, el cual, siendo rico, se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos por su pobreza (Cfr. 2 Cor. 2 Co 8,9)), existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo (Cfr. Phil. Fil. 2,6-7)), fue enviado por el Padre «a evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), proclamó bienaventurados a los pobres de espíritu (Mt 5,3), puso la pobreza como condición indispensable para alcanzar la perfección (Cf Mc . 10, 17-31; Lc 18,18-27) y dio gracias al Padre porque se había complacido en revelar los misterios del Reino a los pequeños (Cfr. Mt. 11, 26). Es esa pobreza evangélica que, en el sentido ignaciano, es el “tanto cuanto”, tanto cuanto necesito para cumplir mi misión, con la alegría del compartir, del dar creativamente, de crear condiciones en que todos vivan con la dignidad de hijos de Dios.
Por eso, jóvenes diaconandos: ¡Seamos Sembradores!. Queramos serlo. El Señor nos ha llamado a sembrar semillas, somos colaboradores con Cristo, el que da el crecimiento; estamos llamados a predicar el evangelio a “toda criatura” seremos responsables de la palabra que hayamos sembrado, para la conversión (Cf Mc 16:15; Ez 33:8-9).
Evocamos hoy un pensamiento de Juan Pablo II, acerca de que la conversión a Dios, más que constituir sólo un acto puntual, es una disposición del alma, esto es «una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo»[4], en ese «iter» que es nuestra vida.
Nuestra vida es una peregrinación, a similitud de la peregrinación a la Tierra prometida del pueblo de Israel. Como las palabras de Moisés al pueblo de Israel, antes de entrar en la tierra prometida, recordándoles la diversas vicisitudes que habían encontrado en Egipto y en el Éxodo. Moisés el profeta les hace presente que en todas estas circunstancias habían recibido la ayuda del Señor. En particular, «gracias a la mediación de Moisés —comenta Benedicto XVI—, aprendieron a escuchar la voz de Dios, que los llamaba a convertirse en su pueblo santo»[5]. Moisés exhortó a ser agradecidos a Dios, por todo el bien que hizo a su pueblo. Así ustedes, también, sean agradecidos, de modo que su alegría sea completa y sea la fuerza de ustedes (Tal como el lema que han elegido, de Nehemías 8, 10: La alegría del Señor sea nuestra fuerza), agradecidos con sus padres, con su familia, con sus superiores, con todos aquéllos que les han hecho el bien y los han encaminado en esta vocación y elección. Es cumplimiento del cuarto mandamiento y tiene mucho que ver con una virtud y con un don bastante dejado de lado hoy día, que es la piedad.
La Virgen Madre, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, proteja la consagración de Vds y les dé fuerza y luz, así como la intercesión de San Cayetano, cuya conmemoración hoy celebramos. La alegría del Señor sea siempre nuestra fuerza.
[1] CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Carta pastoral de los obispos argentinos con ocasión de la Misión Continental aprobada por la 153ª Reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina (20 de agosto de 2009) “MISIÓN CONTINENTAL”, n. 17.
[2] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal, Presbyterorum Ordinis, 10: AAS 58 (1966) 1007; JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, 7 dicembre 1990, 67-68: AAS 83 (1991) 315-326.
[3] Id. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes, 39: AAS 58 (1966) 986-987.
[4] JUAN PABLO II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, n. 13.
[5] BENEDICTO XVI, Discurso en el Ángelus del primer domingo de Cuaresma, 5-III-2006.
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