Han comenzado en las distintas parroquias y comunidades las celebraciones del sacramento de la confirmación. El sábado 28 de mayo, nuestro obispo Mons. Oscar Sarlinga confirmó a 70 jóvenes alumnos del colegio Los Robles (de la jurisdicción parroquial de Nuestra Señora de la Paz y San Francisco de Asís) en el gran auditorio del campus de la Universidad del Salvador. El viernes 3 de junio, Mons. Oscar Sarlinga confirmó a 80 jóvenes alumnos del colegio “Sagrada Familia” (de las Hnas. Hijas de la Cruz) de Zárate, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Carmen.
El sábado 4 a las 11 se tuvo la celebración de confirmaciones en Nuestra Señora del Pilar, habiendo sido delegado el cura párroco, Pbro. Jorge Ritacco. Las próximas celebraciones tendrán lugar el 9 de junio, en la capilla de Santa Teresita (Manuel Alberti, confirma P. Tomás Llorente), el 10 del mismo mes, en la iglesia parroquial de “María de Nazaret”, en Zárate (confirma Mons. Santiago Herrera), y luego, el día sábado 11 por la mañana, nuestro obispo confirmará en la parroquia de San Antonio de Padua, de San Antonio de Areco, y por la tarde, en vísperas de Pentecostés, en la iglesia catedral de Santa Florentina. En la solemnidad de Pentecostés, Mons. Oscar Sarlinga confirmará jóvenes del “Cenacolo” (centro de rehabilitación de tóxico-dependientes) en Exaltación de la Cruz-Pilar, previo a la celebración principal de Pentecostés, ese domingo por la tarde en San Antonio de Padua (Presidente Derqui, Pilar).
La Confirmación actualiza las promesas que nuestros padres y padrinos hicieron por nosotros en el Bautismo. En la Confirmación, nosotros confirmamos precisamente aquel compromiso de renunciar al demonio y a las obras del mal, para convertirnos en miembros de la Iglesia con plenos derechos y plenos deberes. Es por eso que el rito esencial de la Confirmación es la unción; es decir, cuando se nos unge con el santo crisma, aquel aceite de oliva mezclado con perfumes y consagrado por el Obispo en una Misa especial al inicio de la Semana Santa. El santo crisma es un símbolo que proviene de una antigua tradición. En el pasado, era el único perfume, y por tanto, era el líquido que se imponía sólo sobre reyes y sacerdotes. El aceite perfumado también se imponía al cuerpo de los soldados, porque los hacía menos vulnerables a ser capturados por el enemigo. Por esta razón, la Iglesia ha conservado el óleo como signo de la Confirmación: porque con su unción en el sacramento, el cristiano participa de modo especial en la vida de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Como sacerdote — distinto del sacerdocio ministerial que se recibe con el orden sacerdotal — el cristiano está llamado a consagrar el mundo; como profeta, a anunciar el Evangelio a todos y en todos los ámbitos de su vida; como rey, a proteger y defender la Iglesia. Es importante saber que, como sacramento, la Confirmación no meramente “simboliza” estas cosas. Ellas realmente suceden. El cristiano confirmado verdaderamente se convierte en sacerdote, profeta y rey. El Compendio del Catecismo de la Iglesia nos explica así el efecto de la Confirmación: “es la especial efusión del Espíritu Santo, tal como sucedió en Pentecostés. Esta efusión imprime en el alma un carácter indeleble y otorga un crecimiento de la gracia bautismal; arraiga más profundamente el ser hijos de Dios; une más fuertemente con Cristo y con su Iglesia; fortalece en el alma los dones del Espíritu Santo; concede una fuerza especial para dar testimonio de la fe cristiana”. (Compendio 268) La Confirmación, por tanto, convierte al cristiano en un miembro pleno de la Iglesia. A partir de este sacramento, el fiel ya no puede hablar de “la Iglesia” como algo ajeno o distinto a él o ella. Quien ha recibido la Confirmación es miembro pleno de la Iglesia. Y en consecuencia, ya no puede preguntar “¿Por qué la Iglesia…?”, sino que pregunta “Por qué yo…?” Los dolores, los sufrimientos, las faltas y los aciertos de la comunidad eclesial son ahora suyos. Impartir el sacramento de la Confirmación es uno de los ministerios que me corresponden directamente como Obispo; y aunque es una facultad que puedo delegar, es el obispo, como sucesor directo de los Apóstoles, el ministro ordinario de la Confirmación. ¿Por qué? Porque de esta forma se expresa claramente la relación que existe entre quienes reciben o han recibido la Confirmación y la sucesión de los apóstoles. Aunque la Confirmación puede recibirse en cualquier momento de la vida, con la sola condición de estar bautizados y tener uso de razón, este sacramento suele impartirse a adolescentes y jóvenes. Por ello, la Confirmación es una ocasión para preguntarse con más intensidad y claridad sobre los planes que Dios tiene para nuestra propia vida, y por ello, para considerar si Dios está llamando a un servicio a la Iglesia de manera plena, a través del sacerdocio o de la vida consagrada. Al meditar sobre este hermoso sacramento de la madurez cristiana, recemos por todos aquellos que en nuestra diócesis de ZÁRATE-CAMPANA se preparan para recibirlo; y pidamos también al Señor para que, quienes ya estamos confirmados, nos renovemos en las responsabilidades que provienen del sacramento del Espíritu Santo que confirmó nuestro bautismo y nos hizo fermento, sal y luz.
Nuestro Plan Pastoral diocesano se refiere a dicho fermento, en el n. IV, FERMENTO EUCARÍSTICO EN EL MUNDO Y PROMOCIÓN DEL LAICADO:
1. Laicado y fieles laicos
La Iniciación cristiana ha configurado al cristiano con su Señor, dotándolo de una vocación específica en la Iglesia y en el mundo. Los fieles laicos, al haber sido configurados a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, pueden hacer de toda su vida un sacrificio agradable a Dios. La incorporación a Cristo por el Bautismo, desarrollada por el sacramento de la Confirmación, encuentra en la Eucaristía su culminación y su sustento. Por ello, los laicos o seglares son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad.
Es propósito de este Plan Pastoral el cuidar y revitalizar de manera especial la formación y espiritualidad de los laicos, cuya colaboración en la misión evangelizadora de la Iglesia es fundamental, en particular de forma asociada.
Ocupando el lugar que les corresponde por su bautismo, sin ser dejados de lado (antes al contrario) y al mismo tiempo sin clericalizaciones (las cuales, en realidad, desnaturalizan el laicado), es en esta perspectiva como se concreta la misión del laico dentro de la cosmovisión cristiana del hombre y del mundo, en una recta concepción de un humanismo cristiano, teocéntrico y plenificante, como dice Navega Mar Adentro: "Aparece en toda su riqueza el humanismo cristiano que permite generar la "civilización del amor", fundada sobre valores universales de paz, verdad, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización. Una conversión es incompleta si falta la conciencia de las exigencias de la vida cristiana y no se pone el esfuerzo de llevarlas a cabo. Esto implica una formación permanente de los cristianos, en virtud de su propia vocación, para que puedan adherir a este estilo de vida y emprender intensamente sus compromisos en el mundo, desarrollando las actitudes propias de ciudadanos responsables"(36).
El sábado 4 a las 11 se tuvo la celebración de confirmaciones en Nuestra Señora del Pilar, habiendo sido delegado el cura párroco, Pbro. Jorge Ritacco. Las próximas celebraciones tendrán lugar el 9 de junio, en la capilla de Santa Teresita (Manuel Alberti, confirma P. Tomás Llorente), el 10 del mismo mes, en la iglesia parroquial de “María de Nazaret”, en Zárate (confirma Mons. Santiago Herrera), y luego, el día sábado 11 por la mañana, nuestro obispo confirmará en la parroquia de San Antonio de Padua, de San Antonio de Areco, y por la tarde, en vísperas de Pentecostés, en la iglesia catedral de Santa Florentina. En la solemnidad de Pentecostés, Mons. Oscar Sarlinga confirmará jóvenes del “Cenacolo” (centro de rehabilitación de tóxico-dependientes) en Exaltación de la Cruz-Pilar, previo a la celebración principal de Pentecostés, ese domingo por la tarde en San Antonio de Padua (Presidente Derqui, Pilar).
La Confirmación actualiza las promesas que nuestros padres y padrinos hicieron por nosotros en el Bautismo. En la Confirmación, nosotros confirmamos precisamente aquel compromiso de renunciar al demonio y a las obras del mal, para convertirnos en miembros de la Iglesia con plenos derechos y plenos deberes. Es por eso que el rito esencial de la Confirmación es la unción; es decir, cuando se nos unge con el santo crisma, aquel aceite de oliva mezclado con perfumes y consagrado por el Obispo en una Misa especial al inicio de la Semana Santa. El santo crisma es un símbolo que proviene de una antigua tradición. En el pasado, era el único perfume, y por tanto, era el líquido que se imponía sólo sobre reyes y sacerdotes. El aceite perfumado también se imponía al cuerpo de los soldados, porque los hacía menos vulnerables a ser capturados por el enemigo. Por esta razón, la Iglesia ha conservado el óleo como signo de la Confirmación: porque con su unción en el sacramento, el cristiano participa de modo especial en la vida de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Como sacerdote — distinto del sacerdocio ministerial que se recibe con el orden sacerdotal — el cristiano está llamado a consagrar el mundo; como profeta, a anunciar el Evangelio a todos y en todos los ámbitos de su vida; como rey, a proteger y defender la Iglesia. Es importante saber que, como sacramento, la Confirmación no meramente “simboliza” estas cosas. Ellas realmente suceden. El cristiano confirmado verdaderamente se convierte en sacerdote, profeta y rey. El Compendio del Catecismo de la Iglesia nos explica así el efecto de la Confirmación: “es la especial efusión del Espíritu Santo, tal como sucedió en Pentecostés. Esta efusión imprime en el alma un carácter indeleble y otorga un crecimiento de la gracia bautismal; arraiga más profundamente el ser hijos de Dios; une más fuertemente con Cristo y con su Iglesia; fortalece en el alma los dones del Espíritu Santo; concede una fuerza especial para dar testimonio de la fe cristiana”. (Compendio 268) La Confirmación, por tanto, convierte al cristiano en un miembro pleno de la Iglesia. A partir de este sacramento, el fiel ya no puede hablar de “la Iglesia” como algo ajeno o distinto a él o ella. Quien ha recibido la Confirmación es miembro pleno de la Iglesia. Y en consecuencia, ya no puede preguntar “¿Por qué la Iglesia…?”, sino que pregunta “Por qué yo…?” Los dolores, los sufrimientos, las faltas y los aciertos de la comunidad eclesial son ahora suyos. Impartir el sacramento de la Confirmación es uno de los ministerios que me corresponden directamente como Obispo; y aunque es una facultad que puedo delegar, es el obispo, como sucesor directo de los Apóstoles, el ministro ordinario de la Confirmación. ¿Por qué? Porque de esta forma se expresa claramente la relación que existe entre quienes reciben o han recibido la Confirmación y la sucesión de los apóstoles. Aunque la Confirmación puede recibirse en cualquier momento de la vida, con la sola condición de estar bautizados y tener uso de razón, este sacramento suele impartirse a adolescentes y jóvenes. Por ello, la Confirmación es una ocasión para preguntarse con más intensidad y claridad sobre los planes que Dios tiene para nuestra propia vida, y por ello, para considerar si Dios está llamando a un servicio a la Iglesia de manera plena, a través del sacerdocio o de la vida consagrada. Al meditar sobre este hermoso sacramento de la madurez cristiana, recemos por todos aquellos que en nuestra diócesis de ZÁRATE-CAMPANA se preparan para recibirlo; y pidamos también al Señor para que, quienes ya estamos confirmados, nos renovemos en las responsabilidades que provienen del sacramento del Espíritu Santo que confirmó nuestro bautismo y nos hizo fermento, sal y luz.
Nuestro Plan Pastoral diocesano se refiere a dicho fermento, en el n. IV, FERMENTO EUCARÍSTICO EN EL MUNDO Y PROMOCIÓN DEL LAICADO:
1. Laicado y fieles laicos
La Iniciación cristiana ha configurado al cristiano con su Señor, dotándolo de una vocación específica en la Iglesia y en el mundo. Los fieles laicos, al haber sido configurados a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, pueden hacer de toda su vida un sacrificio agradable a Dios. La incorporación a Cristo por el Bautismo, desarrollada por el sacramento de la Confirmación, encuentra en la Eucaristía su culminación y su sustento. Por ello, los laicos o seglares son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad.
Es propósito de este Plan Pastoral el cuidar y revitalizar de manera especial la formación y espiritualidad de los laicos, cuya colaboración en la misión evangelizadora de la Iglesia es fundamental, en particular de forma asociada.
Ocupando el lugar que les corresponde por su bautismo, sin ser dejados de lado (antes al contrario) y al mismo tiempo sin clericalizaciones (las cuales, en realidad, desnaturalizan el laicado), es en esta perspectiva como se concreta la misión del laico dentro de la cosmovisión cristiana del hombre y del mundo, en una recta concepción de un humanismo cristiano, teocéntrico y plenificante, como dice Navega Mar Adentro: "Aparece en toda su riqueza el humanismo cristiano que permite generar la "civilización del amor", fundada sobre valores universales de paz, verdad, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización. Una conversión es incompleta si falta la conciencia de las exigencias de la vida cristiana y no se pone el esfuerzo de llevarlas a cabo. Esto implica una formación permanente de los cristianos, en virtud de su propia vocación, para que puedan adherir a este estilo de vida y emprender intensamente sus compromisos en el mundo, desarrollando las actitudes propias de ciudadanos responsables"(36).
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